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FACUNDO de Alfredo Gramajo Gutierrez
























"Facundo", un magnífico óleo sobre madera del año 1926 del pintor tucumano Alfredo Gramajo Gutierrez, donación del mismo artista, forma parte de las colecciones de Arte Argentino del Museo y reproducimos aquí un artículo del diario INFOBAE del año 2019.

En su ciudad natal quedan sólo tres pinturas suyas originales. Un breve repaso por la vida del pintor que fue elogiado por Leopoldo Lugones.

“Yo no pinto, documento”, definió su estilo Alfredo Gramajo Gutiérrez luego de que el mismísimo Leopoldo Lugones escribiera un artículo que lo sacó del anonimato. En esas líneas aseguraba que el pintor tucumano “sabe vivir la humanidad de la Patria" y lo calificó como “el pintor del pueblo”. Habrá sido esa referencia, quizás, la que lo sacó de esos arcones reservados para el olvido (en los que vivió más de cuatro décadas) hasta que su obra La Salamanca norteña fue colgada recientemente, nada menos, que en el despacho del presidente Alberto Fernández, en la Casa Rosada.






 

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Sin ser imitador de nadie, a primera vista recuerda el trazo y reflexión de Diego Rivera, y se caracterizó por el deseo de documentar el duro trabajo de su pueblo de la infancia. En las pintura del también apodado “el pintor del dolor” quedó el reflejo de la vida de hombres y mujeres realizando trabajos rurales, mostraba las costumbres de sus raíces como las procesiones, los entierros y los “velorios de angelitos”, cuenta a Infobae Cultura el periodista tucumano Roberto Espinosa.

"Salamanca norteña", el cuadro que cuelga de una pared del despacho presidencial de Alberto Fernández en la Casa Rosada.

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“En ese ambiente casi brujo nací. Heredé de mi pueblo el aciago pesimismo y creía que la vida era solo un sueño perverso. El misterio era para mí algo real y tangible. Mi espíritu se alimentaba de tradiciones y consejos que andaban en boca de jóvenes y viejos, gente atormentada por lo sobrenatural me hablaba trasladando a mi espíritu sus hábitos, sus abominaciones, sus creencias”, dejó escrito el pintor y muy bien lo reprodujo Espinosa en el artículo Pinceles con olor a pueblo.
“Nací en un paisaje gris —contó una vez Gramajo Gutiérrez—, en un poblado tucumano donde el diablo andaba suelto, saturando el paisaje con su aliento e induciendo a los vecinos en cosas de misterio y brujería". Sus dibujos eran, como lo fue para Quinquela Martín el puerto de Buenos Aires, el trabajo del campesino tucumano y del Norte argentino.

 

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Nació el 29 de marzo de 1893 en la localidad de Monteagudo, a una hora de la histórica plaza tucumana. “En sus obras impactan las composiciones dolorosas y con una poderosa autenticidad”, reflexiona Espinosa sobre el pintor que durante su juventud llegó a Buenos Aires y para ganarse el sustento trabajó en los Ferrocarriles del Estado, en un puesto modesto pero que le daba el dinero suficiente para desarrollar su arte.

Pese a haber incursionado como autodidacta en sus inicios, tomó su primer curso de pintura en la Asociación Estímulo de Bellas Artes para perfeccionar su técnica. Allí se recibió de profesor en la Escuela Nacional de Arte Decorativa, pero él quería seguir pintando. “No imitó a nadie, logró su propia técnica”, aseguró orgulloso Espinosa sobre la vida artística del tucumano.

A diferencia de otros en su época, no pasó desapercibido en su tiempo; eso también lo hizo distinto aunque pronto fue olvidado. “Obtuvo varias distinciones. En 1956 ganó el Gran Premio de Honor del Salón Nacional por el óleo Un velorio de angelito; otro cuadro muy celebrado del pintor tucumano es Un entierro en mi pueblo, obra adquirida por el Gobierno de Francia para el Museo de Luxemburgo”, escribió Espinosa en La Gaceta de Tucumán a modo de revelar al nuevo mundo que casi lo olvida quién pintó el cuadro que describe el aquelarre, el baile infernal, y que desde el 10 de diciembre forma parte del flamante despacho del presidente en la Casa Rosada.

“La Salamanca es el baile de los diablos, un aquelarre donde participa todo el infierno. Aparecen allí los excluidos, las brujas, los asesinos, los malditos y quienes querían adquirir determinadas destrezas. El diablo otorga el don de ser el mejor guitarrero, el mejor domador, ganador en los juegos de azar, buen cuchillero y mejor rastreador a quien mediante un pacto de sangre firma un trato con el diablo”, explica la historiadora María Inés Rodríguez Aguilar, en su trabajo “Alfredo Gramajo Gutiérrez (1898 - 1961). Interrogantes a su obra de ilustración”.

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"Retablo de Jesús", de Alfredo Gramajo Gutiérrez.

"Facundo", 1926, óleo sobre madera,47 x 39,50 cm.Colección MPBA "Dr.Juan R.Vidal"
 

Roberto Espinosa es periodista y tiene el ferviente deseo de que Gramajo no quede en el olvido, por eso se dedica a escribir sobre él y es quien más sabe sobre el artista admirado de todo un pueblo y se lamenta porque “solo tres de sus cuadros quedaron en nuestro museo. No se sabe qué pasó con todas sus obras".

En Buenos Aires, el pintor tucumano vivió en Olivos, lugar donde hizo amistades que lo describieron como un hombre silencioso, de pocas palabras y "mucha vida para adentro”. También se relacionó con personalidades de la cultura. "Su pintura es trágica, desgarradora hasta cuando ríe, casi feroz en un implacable verdad”, lo elogió Leopoldo Lugones. Esas fueron las palabras que lo sacaron del anonimato.

Alfredo Gramajo Gutiérrez murió en agosto de 1961. A lo largo de su carrera, Tucumán nunca le prestó demasiada atención a este artista excepcional, cuyas obras, hoy en día, son buscadas por coleccionistas del país y del exterior.

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"La reunión", de Alfredo Gramajo Gutiérrez.

“Con su madre y su hermana se traslada a San Miguel de Tucumán, donde ya ejercita la pintura —cuenta Espinosa—. Nubes de silencios lo llevan a Buenos Aires; se gana la vida en el ferrocarril. Estudia en la Escuela Nacional de Artes Decorativas. Es ya maestro de dibujo. Inesperadamente, el 27 de mayo de 1920, un artículo del diario La Nación lo arranca del anonimato. ‘El pintor nacional que era una esperanza brillante, aunque vaga todavía, en la persona de Gramajo Gutiérrez, acaban de revelárnoslo completo… la conciencia personal de vivir viene a uno de sentirse diferente. Si tal ocurre, dentro de pocos años más la pintura de Gramajo Gutiérrez será en el país lo que es la poesía de Martín Fierro: una realización definitiva, un monumento fundamental. La patria tiene de qué 

regocijarse’, celebra Leopoldo Lugones, pluma de fuste de la literatura argentina”.

Sus obras navegan por el exterior y el interior, “menos por Tucumán, donde sigue siendo un desconocido, pese a que en 1988, una plaza ha sido bautizada con su nombre”, cuenta Espinosa y avisa que esa plaza está ubicada frente al Cementerio del Oeste “donde reinan las ánimas”, personajes que don Alfredo pintaba.

“Los personajes de mis cuadros existen, pero más dolientes y lacerados que antes. Parecen señalados por la mano de la desgracia para que yo pinte sus angustias y vierta su dolor en las pinceladas. Con la desesperación que ellos resumían en mi corazón, abandoné el pueblo”, había dicho sobre sus pinturas, las que hablaban por él para el punto de contar por qué dejó su tierra natal.

Gramajo Gutiérrez murió en agosto de 1961.

Fuente: www.infobae.com/cultura/2019/12/28/alfredo-gramajo-gutierrez-el-pintor-tucumano-de-la-salamanca-nortena-uno-de-los-cuadros-elegidos-por-alberto-fernandez-para-su-despacho-presidencial/

LOS DOS TORDILLOS de Fernándo Fader






















"Los dos tordillos", 1904, óleo sobre tela, 75 x 89 cm.Colección MPBA "Dr. Juan R. Vidal"


En un único plano, dos caballos blancos, con sus respectivas monturas, bebiendo agua de una batea de madera con patas en cruz. Predominio de marrones, blancos y tierras.
Obra de fuertes empastes y vigorosas aplicaciones del pigmento. Una paleta de ajustado cromatismo –predominancia de tierras- emplea Fader para plasmar las figuras de estos dos animales comiendo, y todavía ensillados, en un alto en las duras faenas del campo.
Con trazos precisos y seguros el pintor expresa anatomías definidas, jugando la mancha pictórica con las luces y sombras que definen la escena.
Los grandes ejes compositivos se dan en diagonales de izquierda a derecha que le dan profundidad. El pesebre del cual se alimentan estos tordillos se ubica en otra diagonal opuesta a la anterior, generando ritmos con las direcciones de la estructura portante.
De destacada presencia, acompañando y dando carácter, es el marco de dorado a la hoja, de uso frecuente en obras de estas características, contribuyendo a otorgar a estas obras un carácter de joya.
Ejemplo de la vasta obra de Fader con las características pinceladas que identifican su estilo y la captación fugaz de un momento, esta pintura nos remite a su adhesión a la escuela impresionista.
Todos los valores plásticos señalados confieren a la tela una calidad artística única, posicionando a la obra entre las más significativas del patrimonio del Museo Vidal.

Fernando Fader (Burdeos, Francia, 1881 –Ischilín, Córdoba, 1935)
Realiza sus estudios en Francia y Alemania, donde estudia pintura con Heinrich Von Zügel en la Escuela de Artes y Oficios de Munich, quien lo introduce en la pintura al aire libre. En 1904 vuelve al país –fecha de la obra Los dos tordillos-. Formó parte del Grupo Nexus y expuso en forma individual en la Galería Witcomb. En 1915 obtuvo el Primer Premio y Medalla de Oro en la Exposición Internacional de California
Distintos períodos emocionales pueden apreciarse en su vida artística: la de interiores oscuros con predominio de ocres y pardos y otro momento de más luminosidad, donde la luz artificial cae sobre los objetos revelando su color.


















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